Es su segunda novela pero parece, por su soltura y oficio, haber transitado el género por décadas.

Estructuralmente, la linealidad absoluta de su narrativa contribuye a una lectura casi sin pausas. Ambientada en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires en su mayor parte, la autora cuidó hasta en los detalles mínimos la veracidad de la "escenografía" o infraestructura de la obra: desde los recorridos de un ómnibus o el conocimiento de calles, lugares, situaciones, circunstancias hasta el nombre botánico, en latín, de los árboles -por solamente mencionar detalles menores- que consolidan la credibilidad de la novela.

El argumento básico gira en torno a la viudez de Matilde Viale, una señora de clase media alta de origen cordobés y educación porteña. Al ponerse de manifiesto el origen de la enfermedad de su marido y su doble vida, Matilde se replanteará qué hizo con la suya, cuánto dejó de hacer. La omisión no será entonces lo que no le dijeron o le ocultaron, sino todo aquello a lo que la protagonista renunció por temor o inercia: el disfrute de su juventud, la amistad con su amiga Sara Fiorito, su disponibilidad de ánimo abierto a la política y a atreverse, a lanzarse a la vida que no vivió.

De allí en más la trama de la novela se sostiene en la amistad de Matilde y Sara en un marco político y existencial. Con ello la autora construye una historia que no se queda en la cáscara de un libro voluminoso, sino que indaga entre antagonismos e igualdades. Lo que quedó pendiente, lo que hubiese podido ser y no fue. Y un proyecto ideal en común: tratar de recobrar al menos algo de todo lo que la mentada globalización nos arrancó, abjurando de esa manera el transcurrir del tiempo.

Parafraseando a Shakespeare, diré que no hay historias nuevas, sólo difieren en la forma de contarlas. Allí está el germen de la genialidad. Por ello, quizás, las mayores cualidades de La Omisión son una narrativa fuerte, comprometida con la realidad, erudita, que evidencia en ciertos momentos ribetes poéticos y que incursiona en las pérdidas pero que, en su mensaje final, sugiere que, quizás -aunque parezca paradójico-, la mejor manera de progresar puede consistir en conservar el pasado.

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Horacio Semeraro